martes, 30 de noviembre de 2010
lunes, 9 de agosto de 2010
ilustracion: caperucita recargado
(Fragmento de la ilustracion para proxima muestra)
Charles Perrault, fue el primero, alla por 1697, en recoger la fabula de la niña de la caperuza roja y el lobo, añadiendo la moraleja que hoy en un mundo virtual, tiene plena vigencia:
Aquí vemos que la adolescencia,
en especial las señoritas,
bien hechas, amables y bonitas
no deben a cualquiera oír con complacencia,
y no resulta causa de extrañeza
ver que muchas del lobo son la presa.
Y digo el lobo, pues bajo su envoltura
no todos son de igual calaña:
Los hay con no poca maña,
silenciosos, sin odio ni amargura,
que en secreto, pacientes, con dulzura
van a la siga de las damiselas
hasta las casas y en las callejuelas;
más, bien sabemos que los zalameros
entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros
martes, 18 de mayo de 2010
harapitos... detalles en tela y otras cositas
jueves, 13 de mayo de 2010
martes, 11 de mayo de 2010
De la serie "Harapos" disfraces para niñas.
martes, 13 de abril de 2010
UN LIBRITO PARA MIS AMIGAS DE MAS DE 30
Portada del libro "Cambio de decada" para las chicas que cumplen mas de 30 y son muy felices.
Para poder ver parte del contenido, entra en http://www.facebook.com/album.php?aid=2046777&id=1082512311&l=81b5548948
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martes, 9 de marzo de 2010
Nuevos personajes
viernes, 5 de marzo de 2010
viernes, 29 de enero de 2010
La verdad es mi columna. Me mantiene erguida. Mi verdad, pura, precisa, absoluta. La verdad certera, a la luz de mis ojos. Me cubro con ella, me protejo, me escondo y me defiendo. Pero arremeten a mí alrededor contendientes con sus propias verdades, desmintiendo. Ergo, ¿mi verdad, que tan verdadera es? ¿Qué es la verdad? ¿Quien es el dueño, el creador, el que la pario?
Levanto la vista y el cielo turquesa se extiende desde un extremo al otro de mi vista. Hay quien me objeta: El cielo no es turquesa. Es celeste, muy celeste, como la bandera argentina. Pues, ¿qué tan celeste es el color del cielo, la bandera o mi turquesa? Por suerte es una verdad avalada por un registro internacional del color y ante mi asombro descubro, por asociación directa que el cielo en este momento esta celeste N21-01 en la paleta de colores Pantone. Esta es una verdad cierta y comprobable, aunque para mi, el cielo se despliega en un turquesa increíble.
Entonces de repente nos encontramos con una verdad legal. Las verdades irrefutables, que no hay muchas, sino aquellas que se han conciliado por necesidades extremas. Y tenemos así legados que no hemos de poder cambiar ni con los años.
La verdad que se escribe en los códigos civiles, no son objeto de estas reflexiones, porque tienen tantas acepciones y tantas circunstancias que la condicionan, que deja de ser verdad para ser una probabilidad y la verdad se esfuma entre tanta letra.
Jesús nos vaticinó que la verdad nos haría libres. Por cierto, que no hablaba de la libertad física, dado que muchos son privados de su voluntad por expresar la verdad a gritos.
Hablo de la verdad que es ley, que no puede ser considerada sino así, como verdad pura, porque es privativa del ser humano, aplicable a la naturaleza humana por excelencia. La verdad: quien soy.
¿Soy yo una verdad integra? ¿Soy verdaderamente quien nací para ser? ¿Cuál es mi verdad? Yo en mis cuarenta y tantos tenía una verdad: Los seres vivos nacen machos y hembras y de su maravillosa conjunción crean vida. Una de las verdades abolidas en los últimos años. Hay hombres que no son hombres y mujeres que ni se le parecen en su esencia. Hay creación en laboratorio y miles de creaciones abandonadas a su suerte.
Hay entonces, una verdad que no nos hacía libres, y mucho menos felices. He aquí, una verdad no muy verdadera.
No es difícil comprender, hasta para un agnóstico, que el ser humano es por sobre todas las cosas, una máquina de absoluta perfección. Que en su interior tiene una alarma que nos permite instintivamente proteger nuestra vida. Sin embargo creamos miles de propósitos de muerte a diario que nos mata lenta y groseramente. He aquí otra verdad inutilizada.
¿Somos los dueños de nuestra tierra, exuberante, rica, próvida en colores, olores, sabores? Si estamos destruyéndola como quien pudiera desprenderse y sobrevivir sin ella. He aquí una no verdad a gritos que reclama su mérito.
Y no puedo, entonces, dejar de lado al aliado de la verdad por excelencia. Virtud humana, inherente, ajustada a la piel, carne y huesos de nuestra mísera estirpe: el amor.
¿Cuál es el amor verdadero? ¿El de hijos a padres, o viceversa? ¿El del altruista? ¿El del enamoramiento sordo, mudo, estúpido, del que nadie se ha librado? ¿Cuál es la verdad del amor? Nos desprende, nos reconforta. Lo usamos, lo atamos, lo extirpamos. ¿Quién tiene la verdad de amor? Es el sentimiento que abarca tantas afecciones hacia una persona, cosa o circunstancia que puede cambiar, al variar el ritmo, secuencia, lugar o empatía hacia la misma. Entonces allí el objeto del amor será verdaderamente un titán o un energúmeno de acuerdo al cristal con el que se lo mire o el efecto que el amor produzca. Por consiguiente, ¿quién tiene la verdad sobre ese objeto, sujeto, o recipiente? ¿Aquel que lo ama o aquel que no? Aquel que exalta hasta sus imperceptibles diástoles y sístoles o quien lo asalta empuñando una extensa lista de afrentas y escarnios.
Porque sus virtudes u ostentaciones se traducen de acuerdo a la afección que se le tenga.
Yo soy dueña de mi verdad, pero pocos saben de ella. Hay una verdad a oscuras. No por oculta, sino por silenciosa. Está ajustada al lado ciego de nuestra mirada bidimensional.
Es la verdad detrás de lo que se ve al fragor del día o bañado por la blanca luna. Es la verdad que esta al amparo del pensamiento no expresado, de las palabras calladas, de los gestos contenidos y lo que esconde la vuelta a casa.
Cuando viajo en transportes públicos, observo largamente los rostros, las posturas y las ensimismadas figuras que se trasladan en los mismos, hacia destinos inciertos, hacia vidas veladas, hacia verdades ignoradas.
Yo, que sé de aquella joven de espalda corva, que se adormece al ritmo del camino. Le corre una lágrima por su mejilla sonrosada. ¿Quien la espera? ¿Quién no espera? ¿Qué espera? Podría tejer mil historias. Conjeturar sobre su desgracia, entonces no me enojo si al rozarme con su enorme bolso no pide disculpas y baja apresurada, agitada, ignorando el ser humano que se abre paso a su paso.
Pero tampoco resisto desplegar una sonrisa que me contagio aquel niño y hacerla mía. El tiene una verdad en sus bolsillos que yo ignoro y, sin embargo, me la entrega, generoso.
Así, mi verdad, está teñida del color de mis condiciones, mi cultura, mis raíces, las necesidades, los caprichos o distintos acontecimientos.
Yo defiendo mi verdad, pero la cuido como a un niño porque es frágil, etérea y volátil. Podría esfumarse entre mis dedos al menor embiste. Y temo. Porque aunque defienda mi verdad con mi propia sangre, esta verdad tan mía, se desvanecería con mi vida, así, tan leve.
Tampoco sabrás entonces, porque escribo sobre estas cosas. Es una verdad oculta, una verdad turbada, una verdad privada, una verdad a medias. Escribir sobre verdades quizás para defender su veracidad o por el contrario, darte el privilegio de refutarla a tu criterio, con la sabia conciencia, que aunque nuestra, no es absoluta, ni inmortal, ni única y todos tenemos derechos sobre ella.
Levanto la vista y el cielo turquesa se extiende desde un extremo al otro de mi vista. Hay quien me objeta: El cielo no es turquesa. Es celeste, muy celeste, como la bandera argentina. Pues, ¿qué tan celeste es el color del cielo, la bandera o mi turquesa? Por suerte es una verdad avalada por un registro internacional del color y ante mi asombro descubro, por asociación directa que el cielo en este momento esta celeste N21-01 en la paleta de colores Pantone. Esta es una verdad cierta y comprobable, aunque para mi, el cielo se despliega en un turquesa increíble.
Entonces de repente nos encontramos con una verdad legal. Las verdades irrefutables, que no hay muchas, sino aquellas que se han conciliado por necesidades extremas. Y tenemos así legados que no hemos de poder cambiar ni con los años.
La verdad que se escribe en los códigos civiles, no son objeto de estas reflexiones, porque tienen tantas acepciones y tantas circunstancias que la condicionan, que deja de ser verdad para ser una probabilidad y la verdad se esfuma entre tanta letra.
Jesús nos vaticinó que la verdad nos haría libres. Por cierto, que no hablaba de la libertad física, dado que muchos son privados de su voluntad por expresar la verdad a gritos.
Hablo de la verdad que es ley, que no puede ser considerada sino así, como verdad pura, porque es privativa del ser humano, aplicable a la naturaleza humana por excelencia. La verdad: quien soy.
¿Soy yo una verdad integra? ¿Soy verdaderamente quien nací para ser? ¿Cuál es mi verdad? Yo en mis cuarenta y tantos tenía una verdad: Los seres vivos nacen machos y hembras y de su maravillosa conjunción crean vida. Una de las verdades abolidas en los últimos años. Hay hombres que no son hombres y mujeres que ni se le parecen en su esencia. Hay creación en laboratorio y miles de creaciones abandonadas a su suerte.
Hay entonces, una verdad que no nos hacía libres, y mucho menos felices. He aquí, una verdad no muy verdadera.
No es difícil comprender, hasta para un agnóstico, que el ser humano es por sobre todas las cosas, una máquina de absoluta perfección. Que en su interior tiene una alarma que nos permite instintivamente proteger nuestra vida. Sin embargo creamos miles de propósitos de muerte a diario que nos mata lenta y groseramente. He aquí otra verdad inutilizada.
¿Somos los dueños de nuestra tierra, exuberante, rica, próvida en colores, olores, sabores? Si estamos destruyéndola como quien pudiera desprenderse y sobrevivir sin ella. He aquí una no verdad a gritos que reclama su mérito.
Y no puedo, entonces, dejar de lado al aliado de la verdad por excelencia. Virtud humana, inherente, ajustada a la piel, carne y huesos de nuestra mísera estirpe: el amor.
¿Cuál es el amor verdadero? ¿El de hijos a padres, o viceversa? ¿El del altruista? ¿El del enamoramiento sordo, mudo, estúpido, del que nadie se ha librado? ¿Cuál es la verdad del amor? Nos desprende, nos reconforta. Lo usamos, lo atamos, lo extirpamos. ¿Quién tiene la verdad de amor? Es el sentimiento que abarca tantas afecciones hacia una persona, cosa o circunstancia que puede cambiar, al variar el ritmo, secuencia, lugar o empatía hacia la misma. Entonces allí el objeto del amor será verdaderamente un titán o un energúmeno de acuerdo al cristal con el que se lo mire o el efecto que el amor produzca. Por consiguiente, ¿quién tiene la verdad sobre ese objeto, sujeto, o recipiente? ¿Aquel que lo ama o aquel que no? Aquel que exalta hasta sus imperceptibles diástoles y sístoles o quien lo asalta empuñando una extensa lista de afrentas y escarnios.
Porque sus virtudes u ostentaciones se traducen de acuerdo a la afección que se le tenga.
Yo soy dueña de mi verdad, pero pocos saben de ella. Hay una verdad a oscuras. No por oculta, sino por silenciosa. Está ajustada al lado ciego de nuestra mirada bidimensional.
Es la verdad detrás de lo que se ve al fragor del día o bañado por la blanca luna. Es la verdad que esta al amparo del pensamiento no expresado, de las palabras calladas, de los gestos contenidos y lo que esconde la vuelta a casa.
Cuando viajo en transportes públicos, observo largamente los rostros, las posturas y las ensimismadas figuras que se trasladan en los mismos, hacia destinos inciertos, hacia vidas veladas, hacia verdades ignoradas.
Yo, que sé de aquella joven de espalda corva, que se adormece al ritmo del camino. Le corre una lágrima por su mejilla sonrosada. ¿Quien la espera? ¿Quién no espera? ¿Qué espera? Podría tejer mil historias. Conjeturar sobre su desgracia, entonces no me enojo si al rozarme con su enorme bolso no pide disculpas y baja apresurada, agitada, ignorando el ser humano que se abre paso a su paso.
Pero tampoco resisto desplegar una sonrisa que me contagio aquel niño y hacerla mía. El tiene una verdad en sus bolsillos que yo ignoro y, sin embargo, me la entrega, generoso.
Así, mi verdad, está teñida del color de mis condiciones, mi cultura, mis raíces, las necesidades, los caprichos o distintos acontecimientos.
Yo defiendo mi verdad, pero la cuido como a un niño porque es frágil, etérea y volátil. Podría esfumarse entre mis dedos al menor embiste. Y temo. Porque aunque defienda mi verdad con mi propia sangre, esta verdad tan mía, se desvanecería con mi vida, así, tan leve.
Tampoco sabrás entonces, porque escribo sobre estas cosas. Es una verdad oculta, una verdad turbada, una verdad privada, una verdad a medias. Escribir sobre verdades quizás para defender su veracidad o por el contrario, darte el privilegio de refutarla a tu criterio, con la sabia conciencia, que aunque nuestra, no es absoluta, ni inmortal, ni única y todos tenemos derechos sobre ella.
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mujeres del arte
Aves del paraiso, el libro de Gaby Herbstein.
Quiero compartir con ustedes este magnifico trabajo de Gaby Herbstein, donde podran ver tambien la participacion del exquisito realizador y amigo del alma: Marcelo Pendola
http://www.youtube.com/watch?v=Tauliji9ZIk